Cierto día , volví a un lugar de esos de los recuerdos lindos y amables de la juventud. La luz tenue de la calle asusta un poco al transeúnte; le da una leve sensación caminar en le callejón de una una casa antigua y oscura que solo por claraboyas la luz del atardecer se filtra a los costados.
A principio de cuadra, hay un señor de edad, masacrado por la vida y por lo años, con olor a sudor; cabello largo, barba de nunca afeitar, tenis viejos y muchas manillas en las manos, Le acompaña un perro callejero en su diaria labor de cuidar los carros, que las clases sociales mas altas dejan en la acera mientras la sombra de los árboles les sobrecae. El perro igual de viejo que su dueño, cuando pasas de te olisquea, te mira inmerso y sin inmutarse; te dice <<esta, es mi calle>> y no miente, esta ahí en los mismos metros todo el día y la noche.
La calle siempre esta deshabitada, a no ser por el olor salino , ese silencio es solo interrumpido por la música del bar de Blues que fue establecido en una vieja casona Republicana, a mitad de la cuadra, la casa siguiente es igual de antigua, es de fachada verde.
Se entra por un corredor angosto con techo de madera alto. al finalizar ese corredor es un lugar donde claramente no te esperan pero eres bien recibido, ahí es una casa de tres ambientes; la sala principal donde hay una vieja Balsa de taganga. Las dos habitaciones a los lados conservan los cuadros de los artistas locales: de fotografías a paisajes, de pinturas a artesanías, de camisas pintadas a mano a origami . una cantidad de ideas por la gente orgullosa de ver su trabajo en una pared pared blanca y con esas ventanas republicanas de adornadas con materas de barro con floresitas de colores vivos . y el patio que este era nuestro sitio predilecto, siempre al llegar nos dirijamos con prisa por una de las dos mesas del lugar, en medio de las plantas pequeñas.
Ahí, en ese patio, en ese pequeño patio pasé las mejores tardes de mi juventud ,en donde el humo de cigarrillos era una expresión era sin duda una amista, el humo nos trasportaba a otra esquina del mundo y al fondo esa música francesa vieja o contemporánea anglosajona que nos enseñaba que aun no sabíamos nada, y cuan cierto era.
Había café, servido en porcelana blanca con corazones de espuma, era imposible no tomarse una taza solo y no extrañar a los demás como si aquel corazón de café te recordara la sonrisas, las charlas de sexo, mientras de destituía al genero humano. De la música siempre se entraba en polémica, del amor se hicieron posiciones de guerra firmes : estaban los solitarios, las parejas felices y los que siempre andaban melancólicos.
Me acuerdo como caía la tarde en esa paredilla blanca y como poco a poco se pasaba el cansancio y nos acostumbrábamos tanto a vernos las caras bajo ese humo blanco, la sonrisa sencilla pero natural y el café todo en la mano y en la misma vez, los conocí con los comentarios sexuales en planos célibes en y las miradas que delataban las intenciones sucias entorno a la mesa cuadrada y blanca.
Me acuerdo que no siempre había sillas en el patio, asi que permiso de los dueños nos adentrábamos a una de las alcobas y nos sentábamos en la mesa que daba a la ventana y ahí pasábamos la tarde. las colillas de los cigarrillos terminaban en la matera. y ahí sin darme cuenta pasaban las tardes con esa poca luz de las cinco y media de la tarde. Se me pasó las horas hablando del amor y del arte se me acabó ese año viendo como todos nos distanciábamos viendo como uno tomaba un camino, cada uno por su lado, sin ese sabor a café de la sierra en la boca, sin el cigarrillo en la boca sin esa sonrisa del alma y no de los dientes. entre el humo del cigarrillo nos separamos de manera estúpida, pero honesta y necesaria ; ahora al volver a a La Canoa , he vuelto al baño de nuevo para ver como tiempo ha pasado por mi cuerpo y a pesar de todos los cambios aun sigue ahí el pequeño cuadro que dice: " un poquito, pero fui feliz"
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